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Bautismo del Señor

No hemos dejado el pesebre y el resto de adornos por desidia ni pereza, sino porque el tiempo de Navidad no concluye hasta hoy, día del Bautismo. Antiguamente, y en otras Iglesias cristianas, como la ortodoxa, se mantenía la decoración hasta el día de la Candelaria, el 2 de febrero, el día en la que se celebra la presentación del niño Jesús en el Templo. Sin embargo, a ese niño lo encontramos ya hoy adulto, yendo a Juan el Bautista a recibir el Bautismo, “como todo el pueblo”. Él, de quien Juan dice no ser digno ni de desatarle la correa de sus sandalias, él, que iba a bautizar con fuego y con Espíritu Santo, pide a Juan bautizarse con agua. Un bautismo del que no tenía necesidad, porque era un bautizo para el perdón de los pecados. Pero él quiere asumir toda nuestra humanidad, se hace uno más de nosotros. Y al compartir nuestra humanidad nos quiere hacer partícipes de esa relación especial que tiene con Dios, su ABBA y nuestro ABBA. Esa relación paterno filial queda de manifiesto en la voz que vino del cielo y dijo: “TÚ ERES MI HIJO, EL AMADO, EN TI ME COMPLAZCO” Estas palabras que hemos escuchado en el Evangelio de hoy, se escuchan en el Bautismo y van dirigidas personalmente a Jesús. ¿Pero las hemos leído alguna vez dirigidas a nosotros mismos, a cada uno de nosotros? Cerrad los ojos y escuchadlas de nuevo con los oídos del corazón… “TÚ ERES MI HIJO, EL AMADO, EN TI ME COMPLAZCO” “TÚ ERES MI HIJA, LA AMADA, EN TI ME COMPLAZCO…”

Sí, estas palabras se las dice a Jesús, pero también a cada uno de nosotros. Porque todos nosotros hemos sido también bautizados, y por ese Bautismo, somos hijos e hijas de Dios. Ya lo dijo el Papa Benedicto XVI en una audiencia pública: “Cada uno de nosotros es un fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido. Cada uno de nosotros es necesario. Cada uno de nosotros es útil.” Pero fijaos en un detalle, la voz la escucha, el cielo se abre MIENTRAS ESTABA EN ORACIÓN. Eso es muy importante para todos nosotros, porque nos recuerda la privilegiada manera de encontrarnos con el Señor y escuchar su palabra: La oración. Necesitamos silencio para escuchar su voz. Pero el ser hijos e hijas de Dios tiene consecuencias, lleva consigo una responsabilidad: La primera lectura nos recuerda la misión que se le encarga a Jesús como su predilecto: ser luz de las naciones, abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos…etc. Y eso desde la humildad y la sencillez (no gritará, no clamará, no voceará…) Y en el salmo escuchamos que los hijos de Dios, que somos nosotros, hemos de dar gloria a Dios. ¿Cómo podemos dar gloria a Dios? Con nuestra vida, con como la vivimos. No nos pide nada extraordinario, sino que le amemos a él amando a nuestro prójimo donde nos encontremos. Nosotros, las personas, necesitamos símbolos, y el bautismo está lleno de ellos.

Permitidme que me detenga en el símbolo más obvio: El AGUA. ¿Qué hace el agua?: Quita la sed, Refresca, Da vida, Limpia…Pero también arrastra y destruye…Eso mismo hace Jesús en nuestras vidas (nos quita la sed, nos da vida, nos limpia, arrastra y destruye nuestros pecados y los cuelga en la Cruz…) y eso mismo pasa en el Bautismo. El agua del bautismo, nos limpia y nos da vida, nos da una nueva vida. De hecho, normalmente se ve el Bautismo como un nuevo nacimiento, como un nacimiento a una nueva vida, en Cristo, en el Espíritu. Pero también se puede ver como una muerte a la vieja vida y una resurrección a la Nueva. Jesús mismo ve su bautismo como una muerte: ¿Estáis dispuestos a bautizaros con el bautismo con que yo seré bautizado? Fijaros en el paralelismo del Bautismo con su muerte y Resurrección. En el Bautismo se da un descenso, una muerte, la inmersión en el agua, y un ascenso, la salida del agua, como un hombre nuevo. Pero para que nazca el hombre nuevo, es necesario que muera el hombreviejo. Como dice Jesús en otro Evangelio: Si el grano de trigo no cae a tierra y muere queda solo, pero si muere, da mucho fruto.

Queridos hermanos, hoy que celebramos el Bautismo de Jesús, demos gracias a Dios por nuestro Bautismo, demos gracias a Dios por nuestros padres, por el sacerdote que nos bautizó, por nuestros padrinos y por la comunidad parroquial que nos acogió y recordemos que esa gracia, esa llamada de ese Dios que nos conoce cada uno por nuestro nombre nos dice a cada uno de nosotros individualmente: “TÚ ERES MI HIJO AMADO. TU ERES MI HIJA AMADA”, EN QUIEN ME COMPLAZCO. Que sepamos responder a esa llamada amorosa desde la responsabilidad, dando gloria a Dios, como nos pide el Salmo, con nuestra vida.

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