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Domingo de Ramos

¡Pues ya está! Acaba la Cuaresma y empieza la Semana Santa. Atrás han quedado 40 días en los que hemos intentado vivir en la medida de lo posible, mejor o peor, un tiempo de preparación para la Pascua. ¿Pero por qué necesitamos prepararnos? ¿Por qué necesitamos entre el tiempo ordinario y la Navidad y el tiempo ordinario y la Pascua un Adviento y una Cuaresma? Porque los dos acontecimientos que cambiaron para siempre la historia de la humanidad (a partir de la Navidad hablamos de Antes de Cristo y de Después de Cristo y ningún otro líder espiritual o religioso ha dicho de sí mismo que era el hijo de Dios ni se ha dicho de él que está vivo y ha resucitado) son de tal magnitud, de tal calibre, que no podemos asimilarlo sin un tiempo de reflexión.

El otro día, en la celebración de las primeras confesiones de un colegio aquí en la parroquia, la ceremonia empezaba con un dialogo entre un padre y un hijo en el que el hijo le preguntaba, ¿por qué debemos confesarnos antes de recibir la primera comunión? Y el padre le respondía con un ejemplo: cuando llegas de un partido de futbol, no te cambias y te pones ropa limpia sin más, antes te das una ducha, ¿no? Me pareció una imagen buenísima. Las cosas importantes requieren una preparación. Antes de una oposición, antes de un examen importante, nos preparamos. Antes de una operación, nos hacemos pruebas, nos preparamos con el pre operatorio, etc., no nos abren sin más a las bravas… Ante la venida de un invitado en casa, nos preparamos nosotros y adecentamos la casa, etc. Hoy, tras 40 días en el desierto de la Cuaresma con Jesús, entramos con él en Jerusalén, y como aquella primera multitud, le recibimos con palmas, con ramos y con vítores, con ¡Hosannas! Queremos coronarle, hacerle rey…y una semana después, le coronaremos, pero de espinas, le haremos Rey, pero con una cruz como cetro. Convertiremos los Hosannas en ¡Crucifícalo, crucifícalo! Hoy hemos leído el relato de la Pasión y Muerte de San Lucas. Cada año este domingo, leemos la historia de la Pasión y Muerte de Jesús, cada año de un Evangelista distinto. Ya nos lo sabemos, ¿verdad? lo hemos leído en la Iglesia y por nuestra cuenta en casa muchas veces, ¿me equivoco? ¿Qué nos puede aportar de nuevo para nuestra vida leer una vez más la Pasión de Jesús? Primero, es bueno leerlo cada año para recordar el mayor gesto de amor que hizo nadie por nosotros. Es bueno recordarlo para no darlo por hecho, para que no quede en el mero acervo cultural. Es bueno recordar que Cristo murió por ti, por ti, por mí…Es bueno recordar que Jesús, siendo Dios, se hizo hombre y, obedeciendo, acepto una muerte humillante, una muerte de Cruz. La Cruz que era la muerte que reservaban los Romanos para los mayores crímenes, una muerte humillante, se ha convertido para los cristianos en signo de victoria, en signo de amor, de reconciliación, de paz. Esa es la verdadera resignificación de la Cruz.

En este relato de la Pasión, en el Evangelio que hemos leído a la entrada, hemos visto a muchos personajes. Aparecen Jesús, sus discípulos, entre ellos Judas, que le entrego a la turba que vino a buscarlo, los sumos sacerdotes que lo juzgaron, los guardias del sanedrín que lo insultan y lo maltratan, Pilato, que el miedo y el respeto humano le hacen condenar a alguien que consideraba inocente, los guardias romanos, Herodes, Barrabas, la multitud que piden su crucifixión, Simón Cireneo, a quien le obligan las mujeres de Jerusalén que lloran por él, su madre, Juan, los malhechores que son crucificados a su lado, José de Arimatea, etc. Gente que le ayuda y gente que le condena. Gente que tiene gestos de amor y gente que no. De aquí al jueves antes de la Misa de la última cena, releamos el relato de la Pasión y preguntémonos: ¿Quién soy yo? ¿Con quién me identifico? ¿Tengo el miedo y respeto humano de Pilato?, ¿acepto a regañadientes las cruces de los demás como Simón Cireneo y dejo que me conviertan?, ¿tengo la generosidad, valor y amor de José de Arimatea, que pide el cuerpo de Jesús y le da sepultura?, es decir, ¿busco con mis actitudes devolver la dignidad a las personasque la han perdido o se la han quitado? ¿Qué discípulo soy? ¿El Pedro cobarde que se arrepiente, cree en el amor y el perdón de Dios o el Judas que considera que su pecado es más grande que el amor y la misericordia de Dios y cae en una desesperanza que le lleva a quitarse la vida? ¿Soy de los que huyen ante las dificultades o soy de los que están al pie de la Cruz hasta el final? Pensemos, reflexionemos, y pidamos a Dios que nos de la misma actitud que dio a Isaías en la 1ª lectura, que usemos los dones y talentos que hemos recibido para el bien de los demás.

Que sepamos usar nuestra lengua para ofrecer una palabra de consuelo al abatido, que sepamos escuchar a quien lo necesita, que tengamos la valentía de perseverar hasta el final, sabiendo que, a pesar de los momentos en los que podemos hacer nuestra la respuesta del salmo, a pesar de los momentos en los que nos sentimos abandonados por Dios, no quedaremos defraudados. Feliz Semana Santa a todos.

Autor: P. Jaime Rosique Mardones, msc 

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