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I Domingo de Adviento

(Jer 33, 14-16 \ Sal 24 \ Tes 3, 12 — 4, 2 \ Lc 21, 25-28. 34-36)

Cada año, al comenzar el tiempo de preparación a la Navidad, la Iglesia nos lee en su liturgia unas palabras que pronunció Jesús refiriéndose  al final de todas las cosas. De esta manera comenzamos el año poniendo nuestra mirada en el fin, como quien dirige su mirada hacia la meta antes de comenzar una peregrinación, a fin de encaminarse bien y no perder el rumbo.

Pero llama la atención que justamente al prepararnos para la Navidad, fiesta de alegría y confianza, tengamos que leer esta palabras de Jesús que más bien parecen que pretenden infundirnos temor ante la llegada de su Segunda Venida.

La sola palabra “fin del mundo” produce malestar en muchas personas. Miembros de algunas sectas que viven constantemente alarmadas con una enfermiza expectación del fin del mundo, señalando fechas que nunca se cumplen. Literatura de ciencia-ficción, películas que identifican el fin del mundo con invasión de extraterrestres o guerras mundiales o espantosas devastaciones han contribuido a ello.

Sin embargo Cristo en este evangelio nos invita a levantar la cabeza con confianza y en actitud de alivio cuando sucedan todas esta cosas. Y es que cuando se identifica el fin del mundo con estas imágenes catastróficas, se parte de una interpretación errada de este texto de la Biblia. Porque no se debe olvidar que cuando nos encontramos delante de un texto, antes de afirmar “Dice tal cosa” debemos preguntarnos “¿Que quiere decir?”. Esto sucede también en el lenguaje que usamos todos los días. Por ejemplo: cuando decimos que “estamos sumergidos en un mar de lágrimas” o que “estamos tocando el cielo con las manos”. Todos sabemos que con esas expresiones queremos decir que estamos muy tristes o que estamos muy alegres. 

Así pues “¿qué quieren decir estas figuras sobre el fin del mundo?”  La creación entera está unida al hombre a lo largo de toda la historia: en las consecuencia del pecado y en la glorificación de la redención. Cuando el hombre pecó, toda la oración sufrió las consecuencias. Es a lo que se refiere San Pablo cuando habla de “los dolores de parte de la creación”. Pero los dolores de parto no son de muerte, sino todo lo contrario. Son dolores muy intensos, pero que anuncian un nueva vida. 

Este texto del evangelio del primer domingo de Adviento nos invita a mirar confiadamente hacia el final de la historia personal y universal. Es verdad que a lo largo de la vida encontraremos penas de muchas clases, pero veámoslas como dolores de parto de una nueva criatura que se está gestando en nosotros.

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