
III Domingo de adviento
(Sof 3, 14-18 \ Is 12, 2-3. 4 \ Flp 4, 4-7 \ Lc 3, 10-18)
Hoy cruzamos el ecuador de Adviento, ¿Cómo ha ido
hasta ahora? ¿Lo estamos aprovechando? ¿O el día a día y las preparaciones para la Navidad, la cena, el espumillón y los regalos nos han impedido meternos de lleno y aprovechar este tiempo de preparación? Sea como fuere, siempre estamos a tiempo de decir: nunc coepi. Ahora comienzo. Nunca es tarde si la dicha es buena. Tras dos semanas de preparación, hablando del fin de los tiempos, de la segunda venida de Cristo en gloria, la liturgia a partir de ahora nos hará que nos centremos en la figura de María y en ese niño que va a nacer, a ese niño que estamos llamados a esperar. Han sido dos semanas en las que San Juan Bautista nos invitaba a preparar nuestro corazón para Jesús. Y hoy en el Evangelio nos propone de forma práctica de qué manera podemos hacerlo, de qué manera podemos prepararnos para su venida. Si tuviese que resumir en 3 palabras las lecturas de este domingo diría estas 3: justicia, pax y alegría. Porque lo que propone Juan el Bautista a todos los que se venían a bautizarse con él era que practicasen la justicia, ni más ni menos, cada uno en función de sus circunstancias. Solidaridad con los que no tienen, no exigir más de lo debido, no extorsionar ni aprovecharse de un puesto para obtener prevendas. En una palabra: practicar la justicia. Y el fruto de la justicia es siempre la paz. No puede haber paz en el mundo sin justicia. Y eso no es política, eso es Antiguo Testamento, en concreto el libro de Miqueas: esto te pide el Señor: practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios. Y la paz trae consigo la alegría. Fijaos que en todas las apariciones de Cristo Resucitado primero da la paz a sus discípulos y esa paz les hace pasar del miedo a la alegría. Y eso es precisamente a lo que nos invitan el resto de lecturas: a la alegría. Fijaos como se repiten en la primera y segunda lecturas, pero también en el salmo, expresiones de gozo y de alegría: ¡alégrate! ¡Grita de gozo! ¡Regocíjate! Disfruta con todo tu ser, alegraos siempre en el Señor, os lo repito, alegraos… Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones. justicia, pax y alegría. Quizas algunos de vosotros pensareis que no hay motivos para estar alegres. Quizas algunos me diréis: ¿no has leído los periódicos? ¿No has escuchado la radio? Con la que está cayendo, ¿Cómo se atreve a hablarnos de alegría, a pedirnos que estemos alegres? Porque esa alegría, esa paz a la que nos invita la liturgia con las lecturas no es una paz o una alegría que venga del mundo, sino del hecho de que Dios está presente en nuestras vidas, Dios está cerca, Dios se involucra, toma partido por nosotros. El Señor está en medio de nosotros. Eso es lo que significa Jesús, Emmanuel: Dios con nosotros. Como dice el Profeta Sofonías en la primera lectura: El Señor está en medio de ti, no temas mal alguno. Eso es Evangelio, eso es Buena Noticia. Que con la que está cayendo Dios esté con nosotros, que quiera seguir en medio de nosotros, que siga encarnándose cada año en Navidad, pero también cada día en la Eucaristía, significa que no ha tirado la toalla con nosotros. Significa que Dios no se rinde. Significa que para Dios sigue valiendo la pena hacerse hombre, sigue valiendo la pena nacer, morir y resucitar por amor a nosotros, Nos está diciendo. La humanidad sigue valiendo la pena, sigue valiendo mi sangre, sigue valiendo mi amor. Dios te dice a ti, me dice a mí, nos dice a todos hoy: Alégrate, grita de gozo, regocíjate. El Señor tu Dios está en medio de ti, se alegra y goza contigo.