
Pentecostés
Celebramos el día de Pentecostés y, con él, terminamos el periodo litúrgico de la Pascua. Lo hacemos por todo lo alto, con la promesa cumplida de Jesús de que enviaría al Espíritu Santo. Pudiste escuchar, el domingo pasado, cómo se lo dijo a sus discípulos antes de su ascensión.
Para algunas personas, el Espíritu Santo es el gran olvidado. Dicen que tenemos muy presentes al Padre y al Hijo, pero que no reparamos en el Espíritu Santo. A mí me gusta más decir que es el gran ‘ninguneado’, si me permites utilizar una expresión coloquial. Porque sí que lo recordamos, por ejemplo, fíjate en las veces que se ha pronunciado su nombre antes, durante y después del reciente cónclave, las veces que se ha invocado. Pero quizás nos acordamos de él como de Santa Bárbara, cuando truena, es decir, cuando nos hace falta, pero no es menos cierto que, además, cuando lo hacemos, no le damos la importancia que tiene.
«Recibid el Espíritu Santo». Con estas palabras, Jesús nos hace mucho más que un regalo. Nos está dando un guía, un maestro que nos seguirá enseñando y que nos ayudará a recordar todo lo que Él ha dicho. Jesús no nos quiere dejar solos, quiere que nos sintamos acompañados por Él. Pero no una compañía para disfrutarla de forma individual.
Aunque nos vaya a presentar ante Dios por nuestro propio nombre y se nos vaya a juzgar de manera individual, seguirle no es una misión a desarrollar de forma particular por cada persona. Los cristianos formamos una comunidad. Jesús nos fundó como una misma Iglesia, edificada sobre una única roca, que es Pedro. Y lo somos con «diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu». Es más, «a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común». Así nos lo dice san Pablo, con una comparación muy acertada que seguro conoces: «Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, […] hemos sido bautizados en un mismo Espíritu». «Para que sean completamente uno» le comentó Jesús al Padre el jueves pasado.
Tenemos el Espíritu Santo y tenemos a la comunidad. Si los unimos, tenemos también la mejor de las situaciones posible. Fíjate en los detalles de la primera lectura. Era el día de Pentecostés y los discípulos «estaban todos juntos en el mismo lugar». Eran un grupo. Cuando vieron aparecer unas llamas, éstas «se dividían». Cada cual tuvo la suya. Fue entonces que «se llenaron todos de Espíritu Santo». Era él el que les unía. El que los convertía en comunidad. Eran uno. Y aunque cada cual empezó a hablar en una lengua diferente, todos transmitían el mismo mensaje. Cada uno lo expresaba de una manera, pero formaban un coro perfecto.
Como ves, no podemos ni olvidar, ni ningunear al Espíritu Santo. Él está presente ‘en’ nosotros y está presente ‘entre’ nosotros. Nos hace ‘únicos’, pero nos quiere como si fuésemos ‘uno’. Nos ilumina, nos enciende, nos guía, nos enseña y nos recuerda para qué estamos aquí. Estamos para el Padre y estamos para los demás.
Autor: Javier Trapero