
V Domingo de Pascua
Hace poco leí en una entrevista a un antropólogo, cuyo nombre no recuerdo, una reflexión sobre cuando podríamos decir que los primeros homínidos se convirtieron en humanos. En el reino animal, decía, una fractura en un pierna suponía la muerte de ese animal, pero cuando en las excavaciones se encuentra un fémur sanado, que sufrió una fractura, parece un cambio de pensamiento a tener en consideración pues suponía que otro se quedó cuidando y atendiendo, es decir, hubo compasión. El gran desarrollo del ser humano hacia la humanización afirmaba, no fue con el descubrimiento del fuego, la invención de la rueda o algún otro elemento sorprendentemente útil, el verdadero progreso se dio cuando esos primeros homínidos cambiaron su forma de pensar, sintieron compasión y, por tanto, actuaron de forma diferente y coherente con el ser humano. Ya no era una vida gregaria para cazar, recolectar, alimentarse, procrear o defenderse, sino que era para cuidarse y establecer vínculos. No creo que ese cambio de actitud para aquellos que la viviesen supusiera hablar de amor, pero el hecho es que fue un gesto revolucionario.
Amar, el hombre siempre amó, pero ¿de qué forma? ¿Todo tipo amor es válido? Para poder convencer se usan palabras muy bonitas, pero ¿llevan consigo un compromiso claro y que no se desvirtúe con el paso del tiempo? Por eso, para nosotros los creyentes es tan importante el amor, pero tan importante como esa palabra es el cómo hemos de vivirla y cuál es nuestro punto de referencia: el “como yo os he amado” de Jesús (cf. Jn 13, 34) es crucial para nuestra vida. No es cualquier tipo de amor, sino la forma como él amaba, que supo darlo todo por su ideal de vida, por el Reino de Dios. No sólo trabajó por el Reino, sino que en todo momento puso como primera opción de su vida “las cosas del Padre”. No alardeaba del esfuerzo, no ponía excusas, sino vivía y hacía lo que era la voluntad del Padre.
“Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Jn 4, 34). Esto no significa que no se preocupase por el alimento material y sólo se mantuviese por el espiritual. En el relato de Lucas, el Resucitado, ante los apóstoles desconcertados, bien claramente les pide algo para comer (cf. Lc 24, 41-43); cuando el Resucitado se presentó en el lago de Tiberíades, les preparó peces asados y pan (cf. Jn 21, 9-10) para compartir después de la pesca que hicieron. Lo que sí es cierto es que tantos encuentros en oración que Jesús tenía con el Padre, también le daba la fuerza para amar intensamente y por eso nos lo propone a nosotros también. Al hacer las cosas de Dios, el entusiasmo con el que lo vivimos, sin duda, nos mantiene fuertes y decididos para seguir con el compromiso. A eso se refería al decir que cumplir la voluntad del Padre le alimentaba y daba sustento.
Cada vez hay menos compromisos de vida por el amor, aunque no debemos perder la esperanza, porque sigue habiendo personas que hacen opciones bien claras, no todos viven para amar generosamente. Son buenas personas, pero quizá no hay una conciencia clara de lo que significa una opción por el amor. Es decir, falta una formación seria para saber qué significa el compromiso. No basta con ser buena persona, el amor es un arte y como cada pincelada se da de una forma diferente es interesante saber cómo hacerlas. Por eso se ama muy fácilmente cuando no se convive y la verdadera fuerza del amor se ve, se demuestra y se aprende, se descubre, en la convivencia de las personas que deciden hacerlo por amor (los esposos) o por y con un compromiso de vida inspirados en un seguimiento concreto (Vida Religiosa).
Este evangelio de hoy es después de que Judas se levante y deje la comunidad de apóstoles para entregar a Jesús. Me uno a la reflexión que aparece en el libro “Susurros de angustia y amor” de Mª Cristina Inogés en la que Judas se quejaba de ¿por qué nadie le dijo nada cuando se levantó y dejaba el grupo? La fuerza de amor lleva a superar ese falso respeto en el que no nos atrevemos a decir nada para no molestar ni ofender. Pero si no lo hacemos quizá estamos demostrando una falta de caridad por no ayudar al hermano confundido.
Autor: P. Toni Plaza, msc