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XIV Domingo del T.O.

El de hoy es un evangelio bien misionero. Se nos relata el envío de los setenta y dos discípulos a la misión. Si nos fijamos en los versículos anteriores (cf. Lc 9, 57-62) vemos que dos se ofrecieron a seguirle (vv. 57 y 61) y el mismo Jesús llama a otro (v. 59), pero no hubo mucha suerte: tenían demasiada voluntad para hacerlo, pero eso no basta, la cuestión es que les faltaba generosidad y, sin juzgar, sólo constatamos el hecho en el que quizá nos podemos sentir reflejados, al mismo tiempo ponían una excusa por la que el seguimiento no iba a ser de inmediato. En cambio, con estos setenta y dos del capítulo 10 sí fue bien, porque recibieron la llamada y fueron a cumplir la misión, a vivirla que es lo importante, aunque los resultados no fueran los deseados, como parece mostrar el v. 20 (donde explica que lo que ha valido la pena es cumplir con la misión, los frutos se darán cuando deban darse). Es bonito que se mencione el encuentro con Jesús posterior a la misión (a partir del v. 17) de la que volvieron muy contentos y se veía cómo el trabajo misionero tiene su efecto que transforma a las personas (los enviados y los que reciben la buena noticia) y por extensión a los pueblos. Este encontrarse con Jesús para evaluar cómo fue la misión lo hizo también con el grupo de los Doce (cf. Mc 6, 30-32) después de ser enviados también a la misión (cf. Mc 6, 7-12).

Aunque los evangelios hablen de dos grupos diferentes (los Doce y los Setenta y dos) hay semejanzas en cuanto a la forma de misionar: de dos en dos, en comunidad, para apoyarse y cuidarse, protegerse también si es que hubiese algún peligro. Una vez misionando con el grupo de Familias misioneras en el norte del río Paraguay se quiso ampliar el número misionero. No íbamos de dos en dos todo el tiempo, íbamos una pequeña comunidad de cinco o seis o más personas dando la posibilidad para diferentes actividades además del ir casa por casa, rancho por rancho… Creo que es muy lindo el testimonio misionero compartido y en familia (en pareja e incluso con los hijos). Los misioneros son enviados con las manos vacías y el corazón lleno, porque se sienten amados por Dios, porque la llamada de Jesús caló fuertemente en sus corazones, porque llenos de felicidad y de sentido quieren compartir esa gracia con los demás… En estos tiempos de ahora parece que no es suficiente eso de “las manos vacías y el corazón lleno”, parece que se necesita algo más: redes sociales, tecnología, buena música, conciertos, espectáculos y, para crear buen ambiente, grandes convocatorias… Sea lo que sea, que no nos quiten lo esencial: “un corazón nuevo para un mundo nuevo”.

Desconozco si era una costumbre de la época saludar con el deseo de la paz. De esta forma también Jesús Resucitado saludó a sus discípulos, antes de dar el Espíritu, y se aconseja a los misioneros que al entrar en una casa deseen a los que viven en ella el valor de la paz. Lo curioso es que esa paz tendrá efecto no por un milagro de los misioneros, sino porque en esa casa haya gente de paz. La evangelización es más fuerte cuando quien la recibe tiene esa actitud de crecer y estar abierto a una buena noticia que se ofrece y se recibe con libertad. Quizá sea este el gran milagro que se puede producir en nuestro mundo de hoy. Cuando seamos capaces de dejar “lo de toda la vida” y estemos abiertos y dispuestos a recibir lo que en verdad va a sostener nuestra vida a pesar de los cambios que puedan venir, sí que habremos dado un salto muy grande para no desaparecer ante los envites del mal, ante los desafíos de la nueva sociedad. “Lo de toda la vida se ha hecho así” es una falsa seguridad que nos hemos montado y que se va a ir cuando se descubra que lo más importante es dar una respuesta a los tiempos de hoy que mantener lo que ya no se sostiene y quizá mejor debe desaparecer.

Autor: P. Toni Plaza, msc

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