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XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

(1Re 17, 10-16.  / Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10 / Heb 9, 24-28. / Mc 12, 38-44)

Las tres lecturas de este Domingo podrían resumirse así: a Dios no le ganamos en generosidad, y la medida de la generosidad es dar sin medida, como hizo la viuda del Evangelio, y como hizo la viuda de la primera lectura.

Fijaos que las personas más generosas suelen ser las que pasan ellas o han pasado necesidad. La viuda de la primera lectura, apenas teniendo lo suficiente para preparar un poco de pan para ella y su hijo, es generosa y le da un trozo al profeta Elías. Y Dios ve esa generosidad y se la recompensa con más generosidad. Os suena aquello: aquel que de un vaso de agua a uno por ser profeta, tendrá recompensa de profeta… su acción, escondida para el resto del mundo no pasó desapercibido a ojos de Dios, que la premió: Y tu padre, que ve en lo escondido, te recompensará.

Y si estamos hablando de generosidad y de recompensas, no puedo evitar mencionar lo conmovidos que estamos todos por la solidaridad que nuestra nación española está mostrando con el pueblo valenciano. ¡Qué ejemplo! Porque el ejemplo es mucho más poderoso que las palabras. Y eso lo sé por una persona conocida que siempre que toca el Evangelio de la viuda pobre me recuerda una cosa que le sucedió en Barcelona. Esta persona amiga mía de la que os hablo estaba estudiando en la universidad, iba regularmente a Misa y en la iglesia a la que iba había un pobre con quien granjeo una cierta amistad. Hablaba mucho con él, y siempre le preguntaba por la familia. Un día, este amigo mío se dio cuenta de que el pobre no se quedaba fuera, sino que entraba a la Iglesia y participaba de la Misa, lo cual le sorprendió gratamente. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando le vió echar en el cepillo una moneda de 100 pesetas, para la generación Z, el equivalente ahora a lo que sería un euro. Compartiendo esta historia, esa persona me dijo que cuando vio ese gesto se acordó de la escena del Evangelio, y le hizo pensar que él estaba dando las sobras, y que tenía que hacer algo por los demás. Y se dio cuenta que más allá del dinero, quizás a lo que le estaba invitando el Señor es a dar algo más valioso: su tiempo. Esa fue su motivación para pedir ser voluntario en Caritas, según me cuenta. Cuando él pensó y pidió ser voluntario, le sobraba el tiempo, por sus horarios de universidad, y le dijeron que esperase, que le llamarían. Y cuando le llamaron era para él, el trimestre más colapsado, en el que se juntaban materias que arrastraba del curso anterior. Aun y así, cumplió la palabra dada al Señor, y ese trimestre sacó la mejor media de toda la carrera, me dice. A Dios no podemos ganarle en generosidad. El salmo 37 tiene un versículo que me encanta y que resume muy bien lo que le pasó a mi amigo ese trimestre: «Encomienda tu vida a Dios, confía en él, que actuará». Dios vio su generosidad con su tiempo, cuando no le sobraba, y se lo recompensó. A Dios no le ganamos en generosidad. Porque a veces, buscamos fuera lo que a lo mejor tenemos dentro. Decía el Papa Benedicto XVI: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Porque como os he dicho al principio, y no me cansaré de repetirlo: a Dios no le ganamos en generosidad.

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