«La Divina Providencia parece querer recordar a los Religiosos su primera vocación: la continuación de la vida de Jesús en el mundo y una participación en sus sufrimientos»
(Julio Chevalier, Carta al padre Meyer MSC 1906).
«La Divina Providencia parece querer recordar a los Religiosos su primera vocación: la continuación de la vida de Jesús en el mundo y una participación en sus sufrimientos»
(Julio Chevalier, Carta al padre Meyer MSC 1906).
Llamados a continuar la vida de Jesús en el mundo de hoy

Es imposible hablar exhaustivamente de un tema tan grande. Cada llamada es personal, íntima, profunda, y por eso no hay dos llamadas iguales.
Todos recibimos una llamada, porque todos somos un pensamiento lleno del amor de Dios, y encerramos en nosotros el plan que Él ha escrito personalmente para cada uno de nosotros. Pero hay ciertos elementos que son comunes, que son los mismos, que son eternos; son elementos que relacionan la llamada que recibieron Pedro, Santiago, Juan, Mateo – por nombrar algunos – con la llamada que recibí yo, que recibiste tú, que recibieron otros.
El primer elemento es Dios Padre, cuyo Amor infinito no se cansa de perdonarnos, de amarnos, de invitarnos a seguirle.
El segundo elemento es Jesús, ejemplo perfecto de quien responde a la llamada del Padre; de quien asume su vocación y se pone en camino para que se cumpla la voluntad del Padre, el diseño que Dios Padre ha grabado personalmente en su propio corazón.
El tercer elemento es el Espíritu Santo: que es el Espíritu de Amor y de Verdad (Jn 14,17), el que nos ilumina sobre las opciones que hay que tomar. En la Trinidad, por tanto, está la síntesis perfecta de toda vocación.
Todos estamos hechos para amar y todo tiende al Amor dado y recibido.
Iniciar un camino vocacional, o ponerse en «estado de discernimiento» sobre lo que Dios tiene reservado para ti, significa intuir con la mente, el corazón y la voluntad de servicio, en qué condición de vida te llama el Señor a vivir y a realizar ese deseo desbordante de amor que habita en tu interior. ¿Dónde puedes amar más y mejor? ¿Y en beneficio de quién quieres emplear esas energías de amor que Dios ha hecho habitar en ti? Para emprender este viaje, es importante que actives la dimensión de la escucha. La escucha es la palabra básica, primordial, esencial de la persona creyente. «El primer mandamiento es: escucha a Israel» (Dt 5,1).
Para poder dar una respuesta personal y coherente, es necesario ante todo «escuchar» y no tener prisa por responder.
- Escuchar la Palabra de Dios, dejarse interpelar por la Escritura, entrar en relación con el texto sagrado, consciente de que no es sólo un libro que se lee, sino una Persona hecha carne que te habla aquí y ahora.
- También es necesario escucharse interiormente. Tu historia, tus acontecimientos, tus situaciones vitales: qué dicen de ti, cómo te hablan, cómo Dios se ha dado a conocer a lo largo de los años, dónde te has encontrado con Él y qué te ha hecho comprender; escúchate a ti mismo: tu pasado y tu presente; escucha las necesidades de tu corazón, los deseos profundos que encuentras en tu espíritu; conócete en tus límites y recursos, en tus riquezas y fragilidades, sabiendo que todo lo que has vivido y vives es un don, una gracia, y contiene una palabra de sabiduría que dice muchas cosas sobre tu vocación.
- Luego déjate acompañar, con docilidad y sinceridad, por un director espiritual que pueda iluminarte, apoyarte y guiarte.
Sólo entonces podrás darte cuenta de que lo que has madurado en todo este camino de discernimiento es lo que Dios tiene reservado para ti, y para el bien de tantas hermanas y hermanos.
Descubrir que la vida es vocación es tener un motivo por el que el corazón puede cantar, por el que el rostro se transfigura; de este modo, la vida es una epifanía continua que se revela progresivamente a nuestros ojos y a nuestro corazón. Es una promesa que recorre el camino de la plenitud y día tras día, noche y día, crece y brota hasta la plena madurez, según el tiempo de Dios (Mc 4,26-29). Es un gran designio del amor de Dios que precede a nuestro nacimiento y nos acompaña a lo largo de toda nuestra existencia. Nacemos para llevar a cumplimiento ese plan personal de Dios para el bien de todos. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
¿Crees que el Señor te llama a la vida religiosa con nosotros?
Ven a visitarnos al Santuario. Siempre encontrarás un misionero del Sagrado Corazón dispuesto a escucharte e iniciar un camino de discernimiento.
Para responder a la grandeza de nuestra llamada a ser Misioneros del Sagrado Corazón, debemos ser apóstoles, debemos ser santos.
(Reglas MSC, 1857)
Para responder a la grandeza de nuestra llamada a ser Misioneros del Sagrado Corazón, debemos ser apóstoles, debemos ser santos.
(Reglas MSC, 1857)
Ser Misionero del Sagrado Corazón
Toda vocación es una llamada. Dios llama porque quiere intensificar su alianza y su amistad con una persona concreta, consagrándola para sí. Pero también llama para una misión determinada, consagrando al llamado para el servicio a los otros.

Los MSC
- Tratamos de ser hombres con profunda vida de unión con el Corazón de Jesucristo, por medio de la oración, la vida de comunidad, la celebración gozosa de los Sacramentos de la Iglesia.
- Del mismo modo nos mueve, como a nuestro Fundador, ser bálsamo y caricia para nuestros hermanos, con nuestras limitaciones y nuestros defectos, pero contando siempre con la misericordia del Padre.
Te invitamos a que nos conozcas y compartas nuestra misión. Somos una Congregación de la Iglesia Católica que trabajamos en los cinco continentes, en más de 54 países, intentando hacer realidad el lema que nos dejó nuestro Fundador:
“Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús”.
Tú puedes ser uno de nosotros. ¿TE ANIMAS?
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