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III Domingo del Tiempo Ordinario

Hoy celebramos el 6º Domingo de la Palabra, una iniciativa del Papa Francisco de poner en valor la Palabra de Dios, y que se fijó para el 3er domingo del tiempo ordinario. Este año el lema escogido es “ESPERO EN TU PALABRA”. Teniendo en cuenta el jubileo de la Esperanza de este 2025, el lema no podría ser más apropiado. Porque la palabra de Dios es buena noticia, es fuente y motivo de esperanza. Nos lo recuerda Nehemías en la 1ª lectura. No estéis tristes, no lloréis, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”. La palabra de Dios es nuestra fortaleza, porque como hemos repetido en el salmo, sus palabras son espíritu y vida: nos dan descanso, nos enseñan, nos alegran el corazón… La Palabra es un instrumento de comunicación, es esencial para el lenguaje. La palabra puede ser escrita o verbal. ¿Y qué podemos nosotros hacer con las palabras? Podemos escribir, podemos hablar, podemos leer, podemos escuchar, podemos entender…podemos llevarla a otras personas, transmitirlas…eso mismo es lo que hemos escuchado en la primera lectura: el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad, leyó el libro en la plaza, la gente escuchaba la lectura con atención, luego los escribas leyeron el libro con claridad y explicando su sentido, de modo que todos entendieron. Fijaos en dos detalles: trajo el libro, trajo la palabra escrita a alguien, María llevo a la Palabra de Dios, Jesús, a su prima Isabel y a Juan el Bautista, y nosotros podemos con nuestro ejemplo llevar la palabra a otros, todos estamos llamados a ser Evangelio, buena noticia a los demás. Predicad el Evangelio, y sólo cuando sea necesario, usad palabras. ¿Es nuestra vida buena noticia para los demás? ¿Llevamos con nuestro comportamiento, actitudes y compromisos la palabra hecha carne a nuestros trabajos, lugares de estudio, amigos y familiares? Y luego otro detalle que me parece importante: leyó el libro en la plaza. Dicho de otro modo: es un acto comunitario. Estamos invitados a leer, meditar la palabra, en comunidad. Porque todos, la comunidad, formamos un solo cuerpo, como dice Pablo en la 2da lectura. Muchos miembros, un solo cuerpo, un mismo Espíritu y multitud de dones y talentos que redundan en beneficio de todos. Si nos viésemos como un todo, desaparecerían las envidias. Si en vez de vernos como competidores nos viésemos como hermanos, veríamos los dones de los demás como una manera que tiene Dios de darme aquello que a mí me falta. Yo en su momento veía con envidia a mi compañero de noviciado, era más organizado que yo, sacaba mejor notas que yo, aun siendo las mias muy buenas también, cocinaba mejor, conducía mejor, etc. Hasta que me di cuenta de que el quizás envidiaba cosas de mí que yo daba por hecho, y cuando vi en sus talentos un regalo para mí por parte de Dios, una respuesta a mis oraciones a ser más organizado, etc. ¿Vemos al otro como un don, como un regalo de Dios, como una respuesta a nuestras oraciones? Porque si nos vemos en clave comunidad, ya no tengo estos y tu tienes estos otros, sino que los dos tenemos la suma de tus talentos y los míos y los del resto de la comunidad, del resto del cuerpo. Por último, volviendo al Evangelio y a la importancia de la Palabra, de la escritura, no nos dejemos llevar por la rutina, evitemos leer en diagonal, pensar que ya sabemos “de que va” el Evangelio. Dejémonos sorprender. Escuchemos las lecturas, si nos ayuda con los ojos cerrados, no lo leamos en nuestros teléfonos o libritos del Magníficat. Dejémonos sorprender por el Señor. Escuchemos la Palabra como si fuese hablada y escrita por primera vez hoy aquí. Escuchémosla con el propósito de descubrir “de qué manera se hacumplido en mi esa Escritura que acabo de oir”. La Palabra de Dios está viva, y cada día, el mismo texto, puede decirnos algo diferente. ¿No os ha pasado alguna vez que una lectura del Evangelio de la Misa del día, que habéis escuchado, leído, rezado y meditado muchas veces, de repente adquiere para vosotros un significado o relevancia insospechadas? ¿O de repente os fijáis en una frase, en una palabra, que siempre ha estado ahí, que siempre se ha leído, pero que no te percatas de ella hasta ese momento? Adoptemos una actitud de sorpresa, de descubrimiento, cada vez que escuchemos la Palabra de Dios. No es letra muerta, no es un libro que podamos leer de principio a fin en un año en uno de esos programas de la Biblia en un año. Es un encuentro con la Palabra, con el Verbo hecho carne, que vino al mundo a revelarnos a Dios nuestro Padre. Y de Dios siempre descubriremos algo nuevo, es inagotable, inabarcable. Esta vivo, y todo lo hace nuevo. Pidámosle la gracia de ser Buena Noticia, Evangelio para los demás y esperemos en su Palabra, esperemos en él, porque los que esperan en él, no quedan defraudados.

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