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Sagrada Familia

Las lecturas de este domingo son una sucesión preciosa de referencias a la familia y su relación con Dios. No en vano, como Iglesia, celebramos el día de la Sagrada Familia. 

El Evangelio recoge uno de los pasajes más conocidos de la vida de Jesús, en alusión a su crecimiento como persona, en su condición humana y, más en concreto, en su vida como parte de una familia. 

En la época de Jesús, los niños perdían su condición infantil y adquirían cierto reconocimiento, cuando llegaban a la edad suficiente como para poder escuchar y leer las Escrituras, entonces sí adquirían cierto derecho a ser alguien. En el Evangelio de Lucas, este hecho concreto en la vida de Jesús aparece «cuando cumplió doce años» y «lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas». María y José, que llevaban días buscándolo por Jerusalén, allí lo encontraron, en medio de los doctores de la ley. Viendo cómo su hijo se hacía mayor. 

El dialogo que mantienen madre e hijo es precioso: 

Su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia».

Él les respondió: «¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?».

Esta respuesta, hizo ver a María que su hijo había crecido, que poco podía hacer ya como madre y que todo estaba en manos de Dios. De ahí el comentario del evangelista: 

«Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas».

Esta es una de las escenas más humanas de la Sagrada Familia, que se repite en infinidad de familias todas las semanas. Un hijo, que ya no es tan niño, que se ha convertido en adolescente con iniciativa y que hace lo que cree correcto sin pensar en las consecuencias, montándose un ‘lío’ familiar, sin querer. Cualquiera podría decir que es la vida misma. Cualquier familia podría verse reflejada en ese diálogo. 

También la respuesta de Jesús, debe hacernos caer en la cuenta de que todas las personas, pequeñas y grandes, somos hijos de nuestros padres, pero que también «somos hijos de Dios»

En la segunda lectura, la primera carta de Juan, este nos recuerda «cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos». 

Ya tenemos la primera referencia a la familia en el diálogo de María con Jesús, la segunda, en la afirmación de Juan, de que «somos hijos de Dios», y la tercera la podemos ver en el libro de Samuel, del que se extrae la primera lectura. Ana, su madre, lo presenta como su hijo ante el Señor diciendo: «Éste es el niño que yo le pedía al Señor y que Él me ha concedido. Por eso, ahora yo se lo ofrezco al Señor, para que le quede consagrado de por vida».

Todos son gestos muy humanos y divinos, al mismo tiempo. ¿Es suficiente para darnos cuenta de que nuestras familias, muy humanas, también tienen mucho de ‘sagradas’, como la Sagrada Familia tiene mucho de ‘humana’?

Cuando unos padres, junto a sus hijos, fundan una familia cristiana, ofrecidos todos sus miembros al Señor, todos hijos de Dios, son mucho más que una unidad familiar, son una ‘Iglesia doméstica’. Una ‘familia humana’ que tiene mucho de ‘sagrada’. 

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