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XIX Domingo del Tiempo Ordinario

Todos los textos de este domingo nos piden vivir en tensión, en movimiento (éxodo), desistalados, en estado de peregrinación; en una palabra: vivir en vela a causa de nuestra fe, que nos habla de una promesa por parte de Dios y que nos pedirá cuentas de como hallamos vivido. 

La segunda lectura llama a esta existencia desistalada simplemente “fe”. La fe se apoya en una palabra recibida de Dios que nos asegura un realidad invisible y futura. Esto aparece en la existencia de Israel, que comienza con el éxodo de Abraham y continua a través de los siglos; esta fe puede ser sometida a duras pruebas, como cuando se exige a Abraham que sacrifique a su hijo y como demuestra también el hecho de que todos los representantes de la Antigua Alianza “murieron sin haber recibido la tierra prometida”. 

Sin embargo después de la resurrección de Cristo y la recepción del Espíritu Santo los cristianos no solamente “han visto y saludado de lejos” la patria celestial, sino que han recibido ese Espíritu como prenda o garantía de lo que esperan, por lo que pueden y deben ir al encuentro del cumplimento de la promesa con mayor seguridad, y por ello también con mayor responsabilidad que los antiguos padres.

En el evangelio aparecen múltiples variantes de la exigencia dirigida a los cristianos de vivir siempre preparados, en vela. Y esto tanto más cuanto mayores sean los dones y tareas que Dios les ha encomendado. Esas tareas encomendadas por Dios se cumplen de la mejor manera cuando el criado no pierde de vista que en cualquier momento puede ser llamado a rendir cuentas; es decir, cuando cada uno de sus momentos temporales se vive escatológicamente,  “sub specie aeternitatis”.

Si el cristiano olvida esta perspectiva, olvida también el contenido de su tarea terrena y de la justicia que ésta implica y “empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas”; y no practicará esta justicia, si no es capaz de mirar más allá del mundo para poner sus ojos en las exigencias de la justicia eterna, que no es una mera “idea”, sino el Señor viviente cuya aparición espera toda la historia del mundo.

Autor: P. Javier Barrio, msc

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