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XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Hay palabras de la Biblia que parecen escritas con un suspiro, como si vinieran de alguien que ha mirado la vida con cansancio y con verdad. El Eclesiastés comienza hoy así:
“¡Vanidad de vanidades! Todo es vanidad.”
Qué frase tan radical. 

Suena como un joven desilusionado que ha probado de todo y se da cuenta de que nada lo llena. 

Es el grito de quien se sube a la noria del mundo –trabajo, dinero, éxito– y descubre que después de dar mil vueltas, está en el mismo sitio: vacío.

El evangelio pone rostro a esta vanidad: un hombre que solo piensa en construir graneros más grandes para guardar su riqueza. Jesús lo llama “necio”. Y no porque ser rico sea un pecado, sino porque ha confundido vivir con acumular.
En su corazón no hay espacio para nadie más. Sus graneros están llenos, pero su alma está vacía.
Es el drama de muchas vidas hoy: estamos llenos de cosas, pero vacíos de sentido.

San Pablo nos ofrece la salida: “Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo.”
No significa huir del mundo, sino cambiar la dirección del corazón. Es dejar de acumular objetos para coleccionar encuentros, dejar de perseguir solo éxitos y cosechar momentos de amor y servicio.

Imaginemos que nuestras vidas sean como un granero interior.

  • ¿Qué guardamos ahí?
  • ¿Qué cosas ocupan nuestras mente y nuestro tiempo?
  • ¿Cuánto espacio queda para Dios, para los demás, para nosotros mismos?

Jesús no quiere que vivamos obsesionados con tener, sino enamorados de vivir.
Porque al final, cuando la vida se apague, solo nos llevaremos lo que hayamos regalado: la sonrisa que dimos, el perdón que ofrecimos, la fe que encendimos en otros.

Hoy el Evangelio nos invita a una revolución silenciosa:

  • Vaciar nuestros graneros de miedo y de egoísmo.
  • Abrir un hueco en la agenda para Dios y para los demás.
  • Guardar en el corazón recuerdos de amor en lugar de facturas o medallas.

La felicidad no se guarda en cajas fuertes, se siembra en corazones.
Y al final de la jornada, cuando nos sintamos pobres de cosas pero ricos de amor, escucharemos la voz de Jesús:
“Eres rico ante Dios.”

Autor: Hno. Gianluca Pitzolu msc

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