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XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

(Lecturas: Is 53, 10-11 / Sal 32, 4-5.18-20. 22 / Heb 4, 14-16)

Este fin de semana se acumulan las celebraciones. Hoy es el 29 Domingo del tiempo ordinario, el Día del Domund, y víspera de un día importante para los Misioneros del Sagrado Corazón, porque mañana 21 de octubre conmemoramos el fallecimiento de nuestro fundador el siervo de Dios Padre Julio Chevalier. Él podía hacer suya la respuesta del salmo: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti… ¿por qué digo esto? Porque su misión para nosotros, su mandato para los Misioneros del Sagrado Corazón, a la rama femenina, y a los Laicos Consagrados de la Familia Chevalier, representados aquí en esta parroquia, fue que diésemos a conocer a todo el mundo que Dios nos ama con un corazón humano, que Dios es compasivo y misericordioso. Quería que su misericordia se derramase sobre nosotros. Y eso es lo que hicimos a petición del Papa León XIII, cuando un grupo de misioneros y misioneras se embarcaron rumbo a Papua Nueva Guinea, que el Papa Francisco visitó recientemente. 

Cuando uno escucha la palabra misionero, ¿en qué piensa? ¿Qué es lo más importante de un misionero? ¿Sabéis qué significa la palabra misionero? La palabra misionero significa enviado, y la misión significa eso, envío. Si somos misioneros significa que alguien nos ha enviado, que venimos en nombre de alguien, no de nosotros mismos. Y ese alguien es Jesús, es Cristo. La credibilidad de un misionero, de un enviado, está en la fidelidad a quien le ha enviado. La credibilidad del misionero es parecerse lo más posible al que envía. Así, el mensajero se convierte de alguna manera en el mensaje. ¿Y cómo es Jesús? ¿De qué manera tenemos que parecernos a él? Podemos empezar imitando su vocación de servicio. Más claro no lo puede decir: “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. 

Qué contraste entre su actitud y la de Santiago y Juan, que estaban preocupados por ocupar los puestos de gloria en el Reino de los Cielos…qué contraste con nosotros, sacerdotes y laicos por igual, que nos embriagamos con los cargos con facilidad, que buscamos los puestos de honor, (en la iglesia o en el trabajo) y nos cuesta ceder protagonismo al protagonista principal de esta historia de salvación: DIOS. CRISTO. Sin él, nada de lo que estamos haciendo aquí tiene sentido. Y esto que pasa en la Iglesia, también pasa en nuestros trabajos, todos queremos destacar, queremos recibir la palmadita en la espalda. Fijaos el contraste. Santiago y Juan le piden gloria y él les ofrece su cáliz, su bautismo de sangre, su sufrimiento, su dolor…. Ese es el camino que conduce al Padre…el camino de la cruz. Para llegar a la gloria de la Resurrección hay que pasar por el cáliz de la Cruz. No hay otra vía. Qué difícil de entender…qué duros de corazón somos, Santiago, Juan, yo…pero el resto de discípulos no son mejores… “Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juán” … hemos leído…porque en el fondo querían lo mismo…pensaban en el Reino de Dios en clave de gloria, de prestigio, de poder…y Dios nos ofrece todo lo contrario: humildad y servicio. Hasta las palabras con las que nos referimos a ciertos servicios dentro de la iglesia hablan precisamente de ese servicio: La palabra diacono significa servidor, servicio. La palabra ministerio, el ministerio sacerdotal, significa también servicio.

También nosotros somos misioneros. Todos nosotros somos misioneros, Todos vosotros sois misioneros, Al final de la Misa, somos enviados: “podéis ir en paz”. Somos enviados a nuestras casas, a nuestros trabajos, a nuestros colegios, universidades, enviados en misión a invitar a todos al banquete, como propone el lema del Domund este año. Porque nuestras casas, nuestros trabajos, nuestros centros de estudio, nuestro país, Europa, Occidente, es tierra de misión. Porque ahí hay alguien que necesita escuchar el amor que Dios les tiene. Y solo seremos creíbles si nos parecemos a Cristo, a quien nos envía. No desde la soberbia, no desde el poder, no desde la gloria, sino con una actitud de servicio. Porque como dijo la Madre Teresa de Calcuta, quien no vive para servir, no sirve para vivir. 

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