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XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

(Dn   12, 1-3  / Sal  15, 5. 8-11 / Heb 10, 11-14. 18 / Mc 13, 24-32)

Te diremos dos frases y tú les pones música. «Protégeme Dios mío que me refugio en ti» y «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». ¿Eres capaz de completar el reto? Quizás sí. Son dos de las frases más escuchadas en los cantos de las misas, puede que de hace un tiempo, pero seguro que hasta los jóvenes serían capaces de tararearlas.

Lo que sucede, es que no por ser frases muy escuchadas, son ideas que tengamos interiorizadas. Ambas frases, que las vas a poder oír de nuevo en el salmo y el Evangelio de este domingo, remiten a momentos que vivimos con angustia. La primera es un ‘grito’ que pide la protección del Padre. La segunda nos la dice Jesús, que nos hace ver que no hay nada en nuestras vidas que sea eterno, sólo sus palabras permanecen. Sólo el Amor de Dios es eterno. Cuando estés triste, en una situación complicada, sientas angustia o soledad… es Dios el único refugio que permanece.

Pero es algo para pensar en positivo. Cuando llegue la situación complicada, la angustia o el momento de soledad, siempre estará ahí un Padre que nos protege, en el que nos refugiamos y unas palabras que nos reconfortan. En previsión de la llegada de esos momentos, asumamos que todo pasa. Disfruta del presente, de todo lo que Dios nos regala cada día, goza con los momentos de alegría y aprovecha cada minuto con las personas que quieres, familiares y amigos. Esto, en los momentos de dificultad, suena vacío, por eso es ahora, que Jesús nos dice que «en cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre», preparémonos cada día para cuando lleguen las dificultades. Que, dicho sea de paso, también pasarán. La vida es un camino, con rosas y con espinas, pero en compañía de Jesús. Muy similar al que hicieron los discípulos de Emaús. Caminamos con Él, aun cuando no nos damos cuenta de su presencia. Y es al partir el pan, cuando somos conscientes de que siempre estuvo ahí, en los momentos de gozo y en los de cierta tristeza.

Además, ese ‘no saber el día y la hora’, también es una llamada a la preparación para cuando Él regrese, para cuando todo haya pasado definitivamente. Aunque en esta idea nos detendremos cuando comience el periodo de Adviento, donde nos lo volverá a recordar.

Hoy nos quedamos con la idea de vivir el día a día conforme a como Jesús nos dijo que lo hiciésemos. Fijándonos en los detalles y en las personas en las que la sociedad menos se fija. Este domingo es la Jornada de Mundial de los Pobres. Se nos invita a pensar en las personas más vulnerables. El papa Francisco nos propone como lema, “La oración del pobre sube hasta Dios”. ¿Y cómo definimos pobre? ¿Pensamos sólo en las personas vulnerables o en riesgo de exclusión social? Cuántas personas de las zonas afectadas por la DANA hace dos semanas se sentirían ajenas a esa ‘oración del pobre’ y hoy lo han perdido todo. No sólo lo material. Perder la esperanza también las hace vulnerables. También nos hace vulnerables. También te hace vulnerable. Abramos la mente al concepto pobre. Sí, tengamos el corazón preparado y el ánimo dispuesto para ayudar a quien está en riesgo de exclusión social. Pero también para quien necesita una caricia, una palabra amable, un gesto de cariño… Sigamos prestando atención a todas las realidades que nos rodean, como nos pidió el P. Julio Chevalier, y nos ponemos también bajo el manto protector de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, porque no conocemos el día y la hora, pero si sabemos vivir el regalo de Dios del aquí y el ahora.

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