
I Domingo de Cuaresma
Con este Domingo damos oficialmente la «bienvenida» al tiempo de Cuaresma. Un tiempo que tiene un principio y un final. En efecto, la Cuaresma comienza entre el polvo del Miércoles de Ceniza y culmina en el fuego regenerador de la noche de Pascua, del mismo modo que nuestra existencia comienza con el juego de Dios con el polvo y nuestra plenitud llegará en su cálido abrazo.
Entre estos dos polos experimentamos la fugacidad de la vida, con sus dolores y sufrimientos, nuestras fragilidades, nuestras limitaciones y nuestros errores. Probamos la sal de las lágrimas y el sudor, pero también la dulzura de los abrazos, la fraternidad, la amistad y el amor: qué hermosa es la vida con toda su oscilación, con su inesperada armonía.
Armonía que, como en el Evangelio de hoy, se ve en peligro por el demonio y sus tentaciones. Debemos leer estos trece primeros versículos del capítulo cuarto de Lucas teniendo presente el capítulo anterior: el del Bautismo de Jesús en el río Jordán porque aquí, Jesús continúa el camino iniciado en el Bautismo: Con el Bautismo entra en el movimiento de conversión de su pueblo «mientras toda la gente se bautizaba y Jesús, habiendo recibido también el bautismo, oraba, descendió sobre él el Espíritu Santo. Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su ministerio» (Lc 3,21-23). Hoy, Jesús se nos presenta no sólo como Israel -y como cada uno de nosotros- tentado en el desierto, sino sobre todo como se revela en la disputa con el diablo como Hijo de Dios, obediente a su palabra. Jesús vence las tres tentaciones radicales del hombre: asegurarse la vida poseyendo cosas, personas y al mismo Dios.
Y esta victoria nos ofrece tres reflexiones que pueden acompañarnos en esta Cuaresma:
1. La tentación no constituye en sí misma una incitación al mal, sino que es un momento ineludible en la vida de todo hombre, un momento en el que tiene lugar la verificación de la propia identidad y de las propias opciones. ¡No temáis!
2. Las tentaciones de Jesús nos hacen ver a un Dios que se compadece de nuestra lucha por vivir en libertad. La mayor tentación es desanimarse, viendo que el mal triunfa bien y con facilidad, mientras que el bien triunfa mal y con dificultad, y al final es derrotado. Es el escándalo de la cruz. ¡No os desaniméis!
3. Dios, sin embargo, es digno de fe y no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, sino que nos dará la salida y la fuerza para soportarlo (cf. 1 Co 10,13). ¡No estamos solos!
Al comienzo de esta Cuaresma, encomendémonos a María, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, pidiéndole «la fidelidad que persevera y la confianza que siempre comienza, cuando todo parece fracasar» (R. Guardini).
Feliz camino cuaresmal.