
San Valentín, la fiesta del amor de Dios: Dios te llama porque te ama.
Cuando era más joven y buscaba pareja boicoteaba la fiesta de San Valentín y decía que yo elegía celebrar la fiesta de San Cirilo y San Metodio, patrones de Europa. Y hoy, ya sacerdote, la Iglesia nos pone como memoria obligatoria la de San Cirilo y San Metodio por encima de la de San Valentín… El año pasado este día coincidió con el miércoles de ceniza, y me pareció providencial porque el amor que nos ofrece Dios, nos ofrece Cristo no es un amor edulcorado, sino que es un amor que cuesta, un amor que duele. Y es que no hay mayor amor que el que da la vida por los amigos. Toda vida es vocación, porque la vocación es una llamada, y Dios nos llama porque nos ama. Y porque nos ama, nos llama. El Evangelio nos hace un llamamiento a rezar y pedir por más vocaciones. Pero no nos confundamos. Las vocaciones no se limitan a las sacerdotales y/o religiosas. La vocación es una historia de amor entre Dios y nosotros, y nosotros respondemos a ese amor desde el laicado, desde el matrimonio, desde la vida consagrada o desde el ministerio sacerdotal. Hay que pedir al dueño de la mies que envíe obreros, pero todos somos corresponsables. Es responsabilidad de todos despertar una cultura vocacional, ver nuestra vida en clave de vocación, perder el miedo al compromiso. Es como cuando decimos que queremos una planta nuclear, pero nadie quiere cerca de su pueblo. Si pedimos obreros, estemos dispuestos a que uno de los enviados sea uno de los nuestros, uno de nuestros hijos, una de nuestras hijas, o tal vez nosotros. Nunca es tarde. No hay vocaciones tardías, hay respuestas tardías.