
VI Domingo del Tiempo Ordinario
Eres una persona dichosa, afortunada, bienaventurada… porque es «dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor», dice el Salmo esta semana. «Bienaventurados», es el calificativo que Jesús da en el Evangelio. Lo son los «pobres», lo son quienes «ahora tenéis hambre», quienes «lloráis» y «cuando os odien», «os excluyan», «os insulten y proscriban»… Y tras esto dice: «Alegraos».
Hacer caso de ese ‘alegraos’, reconocerse persona dichosa o bienaventurada tras escuchar que lloras, que te odian, te excluyen por su causa… no parece de personas con fortuna, pero si te fijas en alguno de los personajes que aparecen en los evangelios, a los que Jesús habló personalmente, si prestas atención a los detalles en esos encuentros, podrás observar que, por ejemplo, el joven rico, el que le dijo que él era cumplidor y que deseaba heredar la vida eterna (Mc 10,17), al oír que debía dejarlo todo para seguirle, «se entristeció y se marchó apenado» (Mc 10,22). No sabemos si volvió arrepentido alguna vez, lo que sabemos es que no quiso arriesgarse a ser pobre, a ser excluido por seguirle… y, triste, perdió la oportunidad de ser dichoso, bienaventurado.
¿Recuerdas a Nicodemo? (Jn 3). También es de esas personas que no quisieron dar el paso, que se quedaron a las puertas y que, aunque luego intenta defenderle para que tenga un juicio justo (Jn 7,51), no se arriesga a que lo excluyan.
Por otro lado, en la que llamamos la parábola de ‘El Hijo pródigo’ (Lc 15,11), Jesús nos describe a un padre que lo tiene todo. Tiene riquezas, está saciado… pero no es feliz. Le falta algo de mucho más valor, le falta uno de sus hijos.
«¡Ay de vosotros los ricos…!», «¡ay de vosotros, los que estáis saciados…!», «¡ay de los que ahora reís…!», «¡ay si todo el mundo habla bien de vosotros!».
Jesús no lo dice porque no sea bueno reír, caer bien a la gente, haber comido hasta la saciedad… De lo que advierte Jesús, es de la tentación de poner el foco en cuestiones que no son las de Dios, en lugar de poner la «confianza en el Señor». Ahí está la clave. ‘Bienaventurados los que ponen su foco en el Señor’.
El fin de semana pasado, se celebró el primer Congreso de Vocaciones, organizado por la Conferencia Episcopal. Por el nombre y quien lo organizaba, puede parecer que estaba destinado a la promoción a la vocación religiosa. Lo que se proponía iba mucho más allá y, a su vez, a lo más profundo de la vida, como dijo Mons. Argüello en la homilía de la clausura: “Duc in altum” [dirígete], a lo alto, a lo hondo, a lo ancho… para responder a la pregunta, ¿para quién soy yo?”.
En el Señor tienes puesta la confianza, pero ¿en quién tienes puesto el foco? ¿En las personas pobres, en las que lloran de sufrimiento, en las personas excluidas…? Somos para Él. Y somos para los demás.
Por eso, la Iglesia está embarcada en un proyecto de desarrollo de la vocación, desde el fomento y promoción de la cultura vocacional. Dar sentido a lo que hacemos desde el convencimiento profundo de por qué lo hacemos y para quién lo hacemos. Desde la vocación del matrimonio y la familia creando una Iglesia doméstica, desde la vocación laical en movimientos y asociaciones apostólicas, desde la vocación a la vida consagrada o el sacerdocio, sin miedo a que te ‘odien’, ‘excluyan’, ‘insulten y proscriban’ «por causa del Hijo del hombre».
Siente la dicha, la fortuna, el convencimiento de ser una persona bienaventurada porque serás saciada, reirás… Si sigues a Jesús, salta de alegría, goza que tu «recompensa será grande en el cielo», porque tuyo «es el reino de Dios».