
XV Domingo del T.O.
La lectura del Evangelio de este domingo es de las fáciles de comentar. Bueno, fácil si nos quedamos en la superficie, porque tiene muchos detalles en los que fijarse, que complican el ‘buenismo’ en el que podríamos quedarnos. Para que te sitúes bien, te diré que es la parábola de ‘El buen samaritano’. Como la conoces, con volver a recordarte que el bueno de la historia es el samaritano que auxilia al hombre maltratado en el camino, ya habría terminado este comentario. No en vano, la solución está en mismo nombre.
Pero vamos al comienzo. Un maestro de la ley preguntó a Jesús «para ponerlo a prueba». Recuerda, para ponerlo a prueba. «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él, como siempre, contesta con otra pregunta, para ‘devolver la pelota’ a su interlocutor. En este caso, fíjate bien, lo hace a un maestro de la ley. Le pide que mencione precisamente la ley, la que dice que amararás a tu Dios y al prójimo. Con cierta mala intención, el maestro de la ley le vuelve a preguntar de nuevo, sobre el concepto de prójimo, a lo que Jesús, ahora sí, responde con la parábola que ya conoces.
No la cuenta de cualquier manera. Para los malos de la escena, elige a un sacerdote y a un levita, que en teoría deberían ser los más respetados. Para ahondar más, para hacer más rompedora esa historia, coloca a un samaritano como el personaje bueno.
No sé si sabes, o has caído en la cuenta, que los samaritanos eran un pueblo históricamente enfrentado a los judíos. Jesús no podía haber elegido a una persona de una procedencia más rechazable para un judío, a la que, el propio maestro de la ley, tuviese que calificar como buena persona.
¿Ves? El maestro de la ley, que podríamos ser tú o yo, intenta dar rodeos, preguntar a Jesús cómo ser mejor persona o cómo afrontar un reto, cuando los tres conocemos perfectamente ‘la ley’ que debemos cumplir. Pero una vez que no tenemos escapatoria, que tenemos que hacer lo que tenemos que hacer, buscamos un ‘resquicio en esa ley’ para posponer su puesta en práctica. Claro que sabemos quién es el prójimo al que aplicar la ley del Amor de Dios. ¿No crees que también ‘ponemos a prueba’ a Jesús con nuestros ‘peros’ para cumplir la ley?
Escuchando la primera lectura, nos damos cuenta de que ya Moisés lo dejó bien claro. «Vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma». Además, nos hace ver que no es algo inalcanzable. Porque «el mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas».
Por otro lado, la segunda lectura, nos dice que «Jesús es imagen del Dios invisible». Entonces, si como dijo san Juan, «Dios es amor» (1 Jn 4,8), la solución al razonamiento con estas premisas es clara, ‘Jesús es Amor’. Ahora bien, si Jesús es Amor y hemos de ver su rostro en cada una de las personas que nos rodean, es decir, en el prójimo…, al prójimo hemos de amar. No hay escapatoria posible, por más que intentemos justificarnos por no comprender el concepto de prójimo, por más que intentemos hacer que no recordamos la ley, por más que no reconozcamos a aquellos a los que amar de verdad porque parecen nuestros enemigos… no, no hay escapatoria posible.
Y por si esto fuese poco, ante la imposibilidad de justificar nuestra ignorancia de este precepto fundamental de la ley, que es amar a Dios y al prójimo, y habiendo reconocido al samaritano como la buena persona, Jesús nos lanza un reto aún mayor. «Anda y haz tú lo mismo». Actúa como el samaritano. ¡Ama!
Pues eso, ¡Amemos!
autor: Javier Trapero, laico msc