
XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
(Dt 6, 2-6 / Sal 17 / Heb 7, 23-28 / Mc 12, 28-34)
Un sabio escriba interroga a Jesús: ¿cuál es el primer mandamiento entre todos? ¿El mandamiento original, la palabra fuente, la ley que unifica a las demás, para que yo también pueda ir directamente a la que más me importa?
A esta pregunta, que parece una pregunta interesante, que no es un engaño como las otras de los fariseos, Jesús responde: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos».
La respuesta comienza con un verbo: amaréis, en tiempo futuro, indicando que sin amor no hay futuro: amaos los unos a los otros, de lo contrario os destruiréis a vosotros mismos. Amarás, para curar la vida, porque la balanza sobre la que pesa la felicidad de esta vida es dar y recibir amor. Lentamente muere el que no ama, el que no tiene un amor que le limpie los ojos.
Amarás con todo tu corazón. Alguien propuso otra traducción: amarás a Dios con todos tus corazones. Como si dijera: con el corazón de luz y con el corazón de sombra, amadle con el corazón que cree y también con el corazón que duda; como podáis, como podáis, tal vez con el aliento, cuando brille el sol y cuando esté oscuro, y con los ojos cerrados cuando tengáis miedo. Sabiendo que el amor también conoce el sufrimiento. «Y quien ama más, que se prepare para sufrir más» (San Agustín).
Santa Teresa de Ávila, en una visión, recibió esta confidencia del Señor: «Por un “te amo” tuyo volvería a hacer todo el universo». ¡Extraordinario!
Con toda tu mente. El amor tiene que ser inteligente; eso significa: conocerlo, leerlo, hablar de él.
Profundiza, intenta comprender más, escribe una oración, una canción, un poema de amor a tu Amor…
Con todas tus fuerzas. Amad con totalitarismo, con todo; no sea tacaño en el darte, no sea parco en el afecto, sino generoso con los sentimientos interiores. ¡Déjalos correr! Amarás con todas tus fuerzas significa mantener tu vida en alto, de mantener tu corazón en alto. El coraje de no quedarse en el aire. ¡El coraje del corazón! Si dejas entrar a alguien en tu vida, no seas tacaño por miedo a entregarte.
Pienso en el banquete de bodas de Caná, los seiscientos litros de buen vino, el mejor. Dios no economiza como nosotros, es grandioso. No te da una pequeña ayuda para salir del paso, para arreglártelas, sino la posibilidad de la plenitud. Parece un derroche. Así debemos hacer nosotros, ningún gesto de amor, por minúsculo que sea, se desperdicia. La vida se nos escurre entre los dedos, pero se nos puede escurrir entre los dedos como arena o como semilla, depende de nosotros, de cómo vivamos la vida; se nos puede escurrir entre los dedos como arena inútil o como semilla que genera vida. Para agradar a Dios, dice Jesús, no hay que sacrificar la vida, sino generar vida.
Pero son básicamente las mismas palabras que repiten los buscadores de Dios de otras religiones.
La novedad de Jesús está en la introducción de un segundo mandamiento, que es similar al primero: «Amarás al hombre» es similar a «Amarás a Dios».
El prójimo es semejante a Dios. El prójimo tiene rostro y voz, tiene corazón y belleza, semejante a Dios. El cielo y la tierra se abrazan. Un evangelio bizco, podríamos decir: un ojo arriba, otro abajo, la cabeza en el cielo y los pies en la tierra.
La fe no consiste sólo en devociones, porque tener el corazón lleno de ira hacia alguien y rezar mucho no funciona. Sólo de esta manera «no estás lejos del Reino de Dios».
Podemos estar cerca del reino de Dios, como aquel escriba, pero no estamos en él. Para entrar todavía tenemos que convertirnos, todavía tenemos que preocuparnos por el bien de los demás.
¿Sabes una cosa? Dios tiene que ver con el amor.
¿Sabes qué? Si quieres curar la vida, Jesús te muestra el secreto.
Él es justamente eso, Él es el sanador del desamor.
El desamor es el único pecado que hace que la tierra esté desierta. Sana la vida y el corazón se convierte en la cuna del futuro, se convierte en la cuna de Dios.
¡Oh Dios! somos uno contigo.
Thomas Merton, Diario de Asia, 1968.
Tú nos has hecho uno contigo.
Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros,
Tú moras en nosotros.
Ayúdanos a mantener esta apertura
y a luchar por ella con todo nuestro corazón.
Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo.
¡Oh Dios!
Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente,
te aceptamos a Ti y te damos gracias,
te adoramos y te amamos con todo nuestro ser,
porque nuestro ser es tu ser,
nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu.
Llénanos, pues, de amor
y únenos en el amor
conforme seguimos nuestros propios caminos,
unidos en este único Espíritu
que se hace presente en el mundo,
y que te hace testigo
de la suprema realidad que es el amor.
El amor ha vencido.
El amor es victorioso.
Amén